Debemos dejar de escondernos, de enmascarar nuestros pánicos, de manejar nuestro estrés, de mantener a raya nuestras fobias, de superar nuestras inhibiciones, de reprimir nuestra ira, nuestra violencia. Es hora de dejar de enterrar nuestras cabezas en la arena. Es hora de enfrentar nuestros miedos. Son una señal de que algo está mal, dentro de nosotros. En efecto, no es el exterior el que causa nuestras dificultades, son nuestras propias disfunciones las que contaminan nuestra existencia. ¿Por qué me enfado con mi hijo? ¿Porque no hace lo que yo quiero? No, esta agresividad es sólo la expresión de mi miedo, el miedo a que no tenga éxito, el miedo a que no pueda ayudarle, el miedo a que no me escuchen ni me respeten, etc. Enfadarme con mi hijo raramente ayudará a la situación y, en cualquier caso, no resolverá el miedo que me lleva a la agresividad.
Todas estas emociones desagradables que reprimo, que escondo, son las que me muestran el camino. Me invitan a seguirlas para llevarme a donde finalmente puedo encontrarlas y atravesarla de una vez por todas.
Todos tenemos la capacidad natural para regular nuestras emociones, de manera definitiva. En cuanto estamos en reacción emocional, sólo tenemos que prestar atención a las sensaciones presentes en nuestro cuerpo y permanecer en conexión con ellas, sin hacer nada, sin querer nada, hasta que se calmen. El proceso toma unos 30 segundos de promedio. Después de eso, estamos serenos y enfrentarnos a la situación que exacerbó nuestro miedo ya no causa ninguna manifestación emocional indeseable. Y nunca más causará ninguna.
Esta capacidad natural es universal, sea cual sea nuestra cultura, nuestra educación, nuestras creencias. Está disponible a voluntad, sin ayuda externa. Todo lo que tenemos que hacer es cambiar nuestros hábitos. No necesitamos tratar de manejar nuestras emociones siendo positivos, respirando profundamente para relajarnos, tragando comida, medicamentos o drogas para calmarlos, realizando una actividad, etc. Sólo necesitamos cambiar nuestros hábitos.
De ahora en adelante, no hay necesidad de poner buena cara tratando de sonreír cuando el miedo nos vence: atravesémoslo y desaparecerá para siempre y entonces, naturalmente, sin esfuerzo, seremos capaces de sonreírle hermosamente a la vida.